domingo, 22 de julio de 2007

Bourdieu, cultura, poder y género

Escribe: Adriana Cabrera Esteve

Encontrar una herramienta teórica que nos ayude a ubicar los problemas de género en la sociedad, ha sido siempre difícil. Las ideas de igualdad propuestas por liberales y luego por socialistas, se suponía que debían incluirnos, sin embargo pronto nos dimos cuenta que no eran suficiente. Las teorías feministas adolecían de cierta parcialidad teórica. La subjetividad y la objetividad parecían no juntarse nunca, lo doméstico y lo social tampoco. Siglos de cultura patriarcal obligaban a la búsqueda de elaboraciones más ricas, de respuestas más específicas.

La teoría de campo de Pierre Bourdieu, sociólogo francés fallecido en 2002, tiene la virtud de permitir la integración de las diferentes miradas.

Lejos de la búsqueda de dogmas, sólo como una herramienta seguramente perfectible, presentamos lo que podría ser la aplicación de ésta teoría a los temas de género.

Pensar la relación entre campo cultural, campo de poder y género requiere, una breve mirada por la historia y una herramienta de análisis.

La historia.-

Los estudios sobre alfabetización en los países europeos muestran una inequidad inicial. Mientras que en el siglo XVII solo algunos hombres podían firmar, un siglo más tarde de cada cuatro hombres una mujer podía hacerlo. Una situación un poco diferente se daba en los países de religión protestante porque en ellos las mujeres estaban tan obligadas como los hombres a leer la Biblia. La escritura, era igualmente mal vista en las mujeres. Los sinsabores de la vida de Sor Juana Inés de la Cruz y sus luchas con su confesor para que se le permitiera escribir es una buena muestra de lo que sucedía en nuestro continente por esas épocas.

Mas cerca en el mapa y en el tiempo, en nuestro país, recién en la Constitución de 1934, se incorporaron los derechos de la mujer y en 1946 sus derechos civiles. La última profesión universitaria que se le reconoció a la mujer fue la escribanía, porque no se consideraba que una mujer pudiera “dar fe".

A principios del siglo XX los valores de la tasa de analfabetismo, en nuestro país, eran de 37.05 para mujeres y 33.9 para hombres. Sin embargo, con el ingreso masivo a la educación primaria, secundaria y terciaria que se produce a lo largo del siglo, la tasa de analfabetismo disminuye y se invierte la relación entre géneros, quedando en 2.72 para las mujeres y 3.74 para los hombres hacia las últimas décadas. La misma inversión se produce en los distintos niveles de la enseñanza. La escolaridad femenina es hoy superior a la masculina en todos los niveles de la enseñanza e incluso son más las estudiantes mujeres que los hombres. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas, de marzo de 2007, hay 88.300 estudiantes hombres contra 104.600 mujeres. Al mismo tiempo, y casi como muestra de que el capital cultural no es garantía de dominación en el campo de la cultura, la cantidad de decanas mujeres en la UDELAR nunca sobrepasó el 20% del Consejo Directivo Central.

A nivel internacional, la relación entre géneros ha mejorado también en el campo de la cultura, pero casi no conocemos clásicos de la literatura escritos por mujeres y si recorremos la larga lista de nombres de Premios Nobel de Literatura, encontramos aisladas a Gabriela Mistral, Selma Lagerloff, Toni Morrison o Nadine Gordimer y el número total de escritoras premiadas apenas alcanza la decena.

¿Cómo se expresa en nuestro país, el ingreso de la mujer al campo de la cultura en las relaciones de fuerza dentro del campo de poder?

En nuestro país, la Comisión Nacional de Seguimiento-Mujeres, realizó un monitoreo de la participación de las mujeres en el gobierno y en cargos de confianza política, que fue llevado a cabo por su propio equipo de investigadoras y publicado a mediados de 2006. De los 127 cargos políticos designados en el primer año de gobierno de izquierda, 27 fueron ocupados por mujeres, lo que significa un 21.3%. Aunque cuanto más alto es el cargo, menor es la presencia femenina. Sin embargo, en la elección directa a cargos legislativos, mejor indicador de cultura de género nacional por no depender de la voluntad política de un solo partido, en el Parlamento el 10,8 % corresponden a mujeres y en las Juntas Departamentales, un 17.1%. Cabe recordar que las mujeres uruguayas somos el 51% de la población.

La herramienta.-

Pierre Bourdieu, sociólogo francés aportó a la teoría el concepto de campo. El campo es un espacio social donde hay actores que se relacionan entre sí. Los actores tienen capital, este puede ser económico pero también puede ser simbólico. El capital simbólico de la mujer en una sociedad patriarcal está fuertemente devaluado. Históricamente se le ha adjudicado un lugar preponderante en el espacio familiar, en el que realiza una actividad de servicio y adquiere su valor relativo. A pesar de haber legitimado su lugar en cualquiera de los campos de la sociedad y contar con la educación para ello no es visualizada como tal. Siguen sin ser frecuentes máximos reconocimientos a mujeres y un capital simbólico negativo ha obligado a más de una escritora a esconder su nombre femenino, desde George Sand a J. K. Rowling.

Según Pierre Bourdieu, en los diferentes campos existentes en la sociedad, hay un sistema o entramado de relaciones sociales entre los actores que adquieren posiciones en parejas opuestos, por ejemplo hombre/mujer, campo/ciudad, doméstico/político, público/privado, rico/pobre, etc. Las relaciones de fuerza entre estas oposiciones definen al campo. Por ejemplo la relación de fuerzas entre hombre y mujer definen el carácter eventualmente androcéntrico del campo. Cada posición se define por su diferencia con las posiciones más próximas. De alguna forma, la teoría dualista del feminismo, encuentra en el concepto de campo cierto grado de inclusión y de completud.

Es necesario agregar que las posiciones no son fijas o continuas, por el contrario, si bien son relaciones estructuradas en torno a reglas, según las que se realizan actividades o se asumen roles que se determinan entre sí, se encuentran en lucha permanente por legitimidad. Esta legitimidad les da dominio, poder, y más capital simbólico que retroalimenta el sistema de legitimación. La dominación del hombre sobre la mujer es una expresión de esa lucha permanente en la sociedad, que tiene expresión también en el campo cultural y en el campo de poder.

El cambio es una lógica del campo y un producto de la lucha de posiciones. Cuando los actores cambian de lugar en el entramado social, lo hacen entre un conjunto de posiciones posibles. Las posibles posiciones de cambio que Bourdieu llama revolucionarias pueden ser ocupadas si ya existen como posibles en el campo, lo que él llama lagunas estructurales, además deben ser potencialmente aceptadas, en caso de no ser así él las califica de “ignorantes” o “ingenuas”. En otras palabras, para que la mujer ocupe un lugar relevante en el campo de cultural y el campo del poder, no es suficiente con la oposición entre géneros sino que también es necesario que el entramado social y el campo cultural hayan dado los saltos cualitativos o cambios revolucionarios que necesariamente lo anteceden, léase educación, desarrollo, protagonismo creciente y receptividad, que hayan hecho de esa posición una posición posible. Y además, en este desarrollo debe haber una suerte de “armonía preestablecida” o coincidencia.

“Las estructuras objetivas del campo de producción son el origen de las categorías de percepción y de valoración que estructuran la percepción y la valoración de las diferentes posiciones que ofrece el campo y de sus productos”.

“Cualquier transformación de la estructura del campo implica una traslación de la estructura de los gustos, es decir del sistema de distinciones simbólicas entre los grupos”, nos dice.

El campo existe en un tiempo determinado, el campo del presente, sus agentes y el conjunto de campos son contemporáneos. De alguna manera, la dimensión temporal lo limita.

Para Bourdieu el campo de producción cultural, se encuentra dentro del campo del poder y éste en el espacio social. Pero eso no quiere decir que en esa sociedad no haya por ejemplo, un campo de producción agraria o de defensa nacional con sus respectivos subcampos y consecuentes relaciones con otros campos.

Volviendo a una perspectiva de género, es previsible que en un campo de poder de hegemonía patriarcal, un hombre tenga mayor disposición a ocupar una posición central en el campo que una mujer. En el presente, según estudios del Instituto Nacional de las Mujeres, mientras que una mujer dedica el 67% de su tiempo a las tareas domésticas o no remuneradas, y un 33% a tareas remuneradas o de relacionamiento con la sociedad; un hombre destina el 69% a tareas remuneradas y un 31% a la vida doméstica. Esta distribución de tiempos especializa la construcción de saberes y destrezas por género y habilita a un aparente “mejor desempeño” de los hombres en las tareas remuneradas. Este “mejor desempeño” no está vinculado a una mayor capacidad profesional o técnica, como demuestran los datos del I.N.E., presentados con anterioridad, y probablemente tampoco a una mayor calidad de producción, pero sí a la capacidad de establecer vínculos, promocionar sus aciertos u ocupar espacios de mayor visibilidad y capital simbólico, e incluso, en algunos casos, capitalizar para sí esfuerzos que, con “buena onda”, realiza una mujer.

El motor del cambio es esa oposición permanente entre ortodoxia y “herejía”. Es decir entre los que por ocupar un lugar dominante en el campo tienden al conservadurismo y la preservación del orden simbólico existente y quienes impulsan una ruptura herética.

Solo el conocimiento de la estructura, permite avanzar a un nuevo estado. Para Bourdieu, el desvelamiento a través del análisis social de un campo es lo que permite su transformación.

La orientación del cambio depende del sistema de los posibles. El análisis de los mismos, lo llama proceso de objetivación, que permite tomar distancia de las criticas o ataques y adoptar un punto de vista objetivante.

En el campo los agentes tienen habitus. Este es el sistema subjetivo que opera, en buena parte, en forma inconsciente. Son las experiencias previas de los actores, su forma de sentir, de pensar, de actuar, sus prácticas y por ellas desarrollan expectativas, percepciones, predisposiciones, juicios. Los aprendemos en el mismo campo y están vinculadas a la posición que ocupamos en el campo y en la sociedad. O sea que el campo produce y reproduce habitus determinados como forma de autoreproducirse.

A esta suerte de condicionamiento o influencia que produce el campo sobre los agentes, Bourdieu le llama illusio. La illusio produce la idea de que determinados habitus son el único modelo a seguir. La illusio está más allá de la voluntad y la conciencia de los agentes del campo, crea una libido dominandi, y nos hace ver como naturales reglas o comportamientos funcionales al campo. No casualmente, illusio significa ironía en latín. La illusio es la que crea la magia de un juego que valga la pena jugar y es a su vez producto de ese juego.

En una perspectiva de género la illusio nos deja ver como natural tanto los valores estéticos y morales con los que nos miramos unos a otros, como nuestros roles en la sociedad. Puede crear la idea de que el único capital simbólico femenino que proporciona beneficios, prestigio o status, es una determinada actitud como docilidad o sumisión, o una determinada belleza física, en éste último caso por ejemplo, obrará como elemento rector en las prácticas destinadas a privilegiar el cuidado corporal antes que el desarrollo cultural o el protagonismo social. El resultado será una suma de habitus moldeados por las estructuras del campo.

Pero a no asustarse, también podemos leer en Bourdieu, una visión optimista en lo que respecta a la mujer o a cualquier actor y al campo de poder o cualquier otro campo, en sus análisis sobre estructura y cambio. En ellos afirma que “la iniciativa del cambio pertenece casi por definición a los recién llegados” aunque carezcan de capital específico. Existir es diferir, dice, “ocupar una posición distinta y distintiva,... sin tener necesidad de pretenderlo, en tanto en cuanto consiguen afirmar su identidad, es decir su diferencia, que se la conozca y se la reconozca, imponiendo unos modos de pensamiento y de expresión nuevos, rupturistas con los modos de pensamiento vigentes...”.

En resumen, la iniciativa es nuestra, siempre y cuando logremos afirmar nuestra identidad, nuestra diferencia, en fin, nuestra propia mirada.

Caetano, Gerardo, Conferencia en el marco del Curso de Derechos Humanos del FA, 2005.

I.N.E., Informe 2005, pag.web

CNS Mujeres, “No son suficientes”, Montevideo, Ed. CNS Mujeres, 2006

Primer Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos, Montevideo, Instituto Nacional de las Mujeres, 2007

2 comentarios:

juan angel urruzola dijo...

Felicitaciones entonces por este paso, esta bien el Blog y ahora solo depende de uds. seguir dandole vida y lograr que sea una herramienta de reflexión y de intercambio.

un saludo...

ja

Unknown dijo...

saludos y
arriba los y las que luchan

j.e.